
Hace ya un tiempo viene rondando una pregunta en mi cabeza y es: ¿por qué decidí enfocarme en el orden?. Con mi profesión, podría haber elegido muchas otras áreas en las cuales ayudar o sentirme útil. ¿Por qué elegir justo esa, en la que no soy un 10 o en la que realmente no me considero una experta?
En diversos espacios y ocasiones mencioné que lo que me motivó a crear “Colegas Del Orden” fue ver la falta de empatía hacia personas que tenían graves problemas de desorden. Se las segregaba, se burlaban de ellas o incluso las eliminaban de esos grupos. No se permitía nada que no fuera “minimalista, blanco, ordenado, impoluto”. Yo misma miraba mi vida y no me sentía “digna” de pertenecer en ese “Santuario del orden” que se intentaba imponer como destino. Dos embarazos –y por consiguiente, dos pequeños– me hicieron dar cuenta que el orden, las rutinas y los hábitos, son necesarios, hasta incluso vitales, en su justa medida. Que tener –estructuras– sirve solo si van acompañadas de –flexibilidad–.
La mayoría de nosotros intentamos, una y otra vez, hacer lo mejor posible, destacarnos en lo que hacemos, buscar la felicidad en la belleza de lo cotidiano; pero no siempre se nota, a menudo no lo logramos. Y es ahí, en ese punto, que me pregunto: ¿Cómo me doy cuenta de que necesito ordenar mi vida? ¿Qué le pasó a ese –yo del pasado– con sueños, metas y anhelos? ¿Qué tan lejos estoy del destino que imaginé perseguir?. Considero que es de sabios reflexionar sobre las decisiones que tomamos y el rumbo hacia el que se dirigen nuestras vidas, para cuestionarnos si queremos seguir por allí o virar en sentido contrario. Me detengo y pienso. El desorden no siempre está relacionado con la ropa fuera de lugar o los platos acumulados sin lavar, sino que existe un desorden más profundo, que puede retumbar incluso en los hogares más minimalistas, y tiene que ver con el desorden interior. Esa vocecita –muy dentro de nosotros mismos– que continuamente señala nuestros errores, una mente que divaga e inventa miles de excusas, para no pensar y hasta cierto punto, no hacerse cargo de aquellas decisiones que tomó, acertadas o no, sabias o no.
Al frenar en ese puerto, logro comprender un poco más las razones de esos “por qué”. Puedo conectarme nuevamente con ese primer propósito, el de ayudar a otras mujeres a ordenar sus vidas aunque la mía –por momentos–, no pase mis propios estándares. Eso me ubica instantáneamente en una situación de –humildad–, porque reconozco que no soy más que nadie; sobre todo, que el desorden que cada uno pueda tener no define ni la identidad, ni el valor intrínseco que ya poseemos por el solo hecho de ser personas creadas a la imagen de Dios.
Dicho esto, quiero acompañarte a reflexionar sobre esos momentos en tu vida que te das cuenta que necesitas hacer un cambio. Allá vamos.
1. Escuchá tu incomodidad
Sentir incomodidad puede ser una señal valiosa a la cual prestar atención. ¿Hay algo que estás postergando? ¿Estás diciendo algunos “sí” que en realidad no querés decir? La incomodidad puede darte una guía de aquellos cambios que te gustaría iniciar en tu vida.
2. Observa tus hábitos diarios
Lo que hacemos cada día cuenta. Ya sea que pierdas el tiempo navegando sin rumbo en las redes sociales o estés en un pico de productividad en tu trabajo. Tus hábitos son los que hablarán más fuerte al finalizar el día. Son ellos, también, los que te sostendrán en momentos de tensión o falta de motivación. Analiza cada uno de ellos, y procura que sean “buenos hábitos” los que guíen tus jornadas. El orden empieza por pequeñas decisiones sistemáticas sostenidas en el tiempo.
3. Pregúntate qué estás evitando
Al desorden interior le encanta esconderse detrás de emociones y temas más complejos, como miedos, frustraciones, largas listas de pendientes, expectativas platónicas, etc que ya no te identifican. Hacer espacio también empieza por ordenar lo interior. ¿Qué estás evitando actualmente? ¿Qué te cuesta soltar?
4. Identificá qué sí querés en tu vida
Sube el volúmen a aquellas rutinas, hábitos, momentos que quieras que crezcan en tu día a día. No se trata solo de eliminar el desorden sino de proporcionar espacios de autocuidado en tu vida. ¿Qué tipo de persona querés ser? ¿Cómo querés sentirte al final del día? Reflexionar sobre esto te dará una visión clara que te ayudará a priorizar aquello que deseas y lo que no, soltarlo.
5. Busca acompañamiento si lo necesitas
Salir del desorden —interno y externo— no siempre se puede lograr por uno mismo. En ocasiones necesitarás una guía, un paso a paso o una estructura que te sostenga. Es de sabios y valientes pedir ayuda, no postergues ese paso.
En resumen: el desorden no es solo una cuestión estética de cómo luce tu hogar, sino que es señal de que algo más profundo está sucediendo en el interior. Salir del desorden implica mirar con honestidad, tomar decisiones valientes y crear espacios —físicos, mentales, espirituales y emocionales— donde puedas respirar, vivir y crecer en paz. Si sentís que ya no alcanza con ordenar los cajones, tal vez sea hora de ordenar desde adentro.
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